José Manuel Montes, mi
guía, un campesino rollizo y taciturno que se ha pasado la vida sembrando
tabaco, asierite con la cabeza. Cae la tarde del sábado, empieza la sonata de
las cigarras. El sol ya se ocultó pero su fogaje permanece concentrado en
el aire. Mi acompañante cuenta entonces que en este punto en el que estamos
ahora, más o menos aquí, en la mitad de la cancha de fútbol, los paramilitares
torturaron a Eduardo Novoa Alvis, la primera de sus víctimas. Le arrancaron las
orejas con un cuchillo de carnicería y después le embutieron la cabeza en un
costal.
El viernes 18, ya durante la invasión, forzaron las casas que permanecían cerradas y ametrallaron a sus ocupantes. Cometieron abusos sexuales contra varias adolescentes, obligaron a algunas mujeres adultas a bailar desnudas una cumbiamba. Por la noche les ordenaron a los sobrevivientes regresar a sus morales. Pero eso sí: les exigieron que durmieran con las puertas abiertas si no querían amanecer con la piel agujereada. Entre tanto, ellos, los bárbaros, se quedaron montando guardia por las calles: bebieron licor, cantaron, aporrearon otra vez los tambores, hicieron aullar las gaitas. Se marcharon el sábado 19 de febrero casi a las cinco de la tarde.
Los paramilitares y guerrilleros, pese a que son un par de manadas de asesinos, no son los únicos que han atropellado a esta pobre gente.
El viernes 18, ya durante la invasión, forzaron las casas que permanecían cerradas y ametrallaron a sus ocupantes. Cometieron abusos sexuales contra varias adolescentes, obligaron a algunas mujeres adultas a bailar desnudas una cumbiamba. Por la noche les ordenaron a los sobrevivientes regresar a sus morales. Pero eso sí: les exigieron que durmieran con las puertas abiertas si no querían amanecer con la piel agujereada. Entre tanto, ellos, los bárbaros, se quedaron montando guardia por las calles: bebieron licor, cantaron, aporrearon otra vez los tambores, hicieron aullar las gaitas. Se marcharon el sábado 19 de febrero casi a las cinco de la tarde.
Los paramilitares y guerrilleros, pese a que son un par de manadas de asesinos, no son los únicos que han atropellado a esta pobre gente.
Los dos únicos centros
educativos que quedan en el pueblo funcionan en una casa esquinero de paredes descoloridas.
Uno es la Escuela Mixta de El Salado, duela de este inmueble, y otro, el
Colegio de Bachillerato Alfredo Vega.
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